Cuando recibimos la foto de Max, lloramos mucho. Era desgarrador pensar en los años que había soportado tanto sufrimiento. Al ver la profunda tristeza en sus ojos, pudimos sentir su lástima y dolor. Estaba débil, demacrado y se le había caído la mayor parte del pelaje. Pero la parte más aplastante fue lo completamente destrozado que parecía su espíritu.
Parecía imposible no llorar cuando vimos la posición de su cuerpo: encorvado, temeroso incluso de levantar la cabeza o mirarnos. Al principio su dueño se mostró reacio a entregarlo, pero con la ayuda de la policía civil pudimos intervenir y salvarlo. Max fue ingresado inmediatamente en la clínica para realizarle pruebas de laboratorio exhaustivas.
Max estaba en un estado terrible: desnutrido, gravemente anémico, deshidratado e infestado de garrapatas. El viaje hacia la recuperación parecía desalentador, pero la primera vez que se acostó en una cama blanda y durmió profundamente, se nos llenaron los ojos de lágrimas. Algo tan simple para muchos era un lujo que probablemente nunca habían conocido.
Necesitaba múltiples transfusiones de sangre, líquidos y semanas de cuidados intensivos. Hubo momentos en los que temimos que se rindiera, pero la resiliencia de Max brilló. Poco a poco empezó a comer solo, recuperó fuerzas e incluso empezó a mover la cola. Los médicos permanecieron vigilantes, brindándole atención las 24 horas del día y cuidándolo hasta que recuperó la salud.
Después de un mes en el hospital veterinario, donde fue tratado con amor inquebrantable, Max finalmente regresó con nosotros. Continuó su recuperación en un acogedor hotel canino, ganando confianza y alegría. Fue castrado, vacunado y finalmente estuvo listo para ser adoptado.
Hoy, Max disfruta de una nueva vida llena de amor y cuidado. Tiene una madre devota que lo aprecia por encima de todo. A pesar de las dificultades que soportó, el viaje de Max de la desesperación a la felicidad nos recuerda la increíble resiliencia de los animales y el poder transformador de la compasión.