La visión del perro herido nos dejó atónitos e indignados. Pertenecía a un vecino que lo había golpeado cruelmente con una pala por intentar alcanzar comida en la mesa durante la cena. El pobre animal fue expulsado después, abandonado a sufrir con una pata muy rota. Cubierto de tierra y visiblemente aterrorizado por la gente, tembló cuando nos acercamos con cautela.
A pesar de su miedo, no podíamos ignorar su dolor. Con suave tranquilidad, logramos ofrecerle algo de comida, con la esperanza de aliviar su angustia inmediata. La pata del perro estaba en un estado horrible, sangrando e infectada, un testimonio sombrío de la crueldad que había soportado.
Lo llevamos rápidamente al veterinario, donde quedó claro el alcance del daño: la mitad de su pata quedó irreparablemente destrozada. El veterinario quedó en shock, pero se comprometió a ayudar al perro a sanar tanto como fuera posible. Fueron necesarios tratamientos y medicación diarios, un régimen desalentador tanto para el perro como para nosotros.
A pesar de todo, el perro se mantuvo sorprendentemente gentil, incluso en su agonía. Soportó cada doloroso procedimiento con un estoicismo desgarrador, confiando en nosotros a pesar de la terrible experiencia que había sufrido a manos humanas.
A medida que pasaron las semanas y las heridas sanaron lentamente, nos maravillamos de su resistencia. A pesar de todo, su espíritu se mantuvo intacto. Prometimos brindarle un hogar amoroso, una promesa que pretendíamos cumplir. El perro, que alguna vez estuvo tan temeroso y dolorido, comenzó a confiar nuevamente, un testimonio del poder de la compasión y la perseverancia frente a la crueldad.