Acabamos de recibir una llamada de logística informándonos sobre un perro que encontraron. A toda prisa, nos dirigimos hacia allí sin saber qué esperar. Al llegar al lugar, encontramos un pequeño golden retriever dentro de una jaula. Fue una visión desgarradora; la pobre criatura parecía agotada y acalorada, con la lengua colgando buscando desesperadamente alivio.
La jaula estaba bien cerrada con cinta adhesiva, prueba de un abandono deliberado. Parecía que el perro había estado atrapado allí durante días, cubierto de suciedad y barro, recordando a otro perro que una vez rescatamos.
A pesar de las molestias y el miedo de lastimarlo al quitarle las cintas, logramos liberar al perro. Su condición era terrible, pero sus ojos brillaban con esperanza, como si supiera que estábamos allí para ayudar. No podíamos entender cómo alguien podía abandonar un alma tan gentil. Limpiamos e hidratamos cuidadosamente al perro, comprobando si había signos de enfermedad como parvovirus canino o moquillo. Afortunadamente, las pruebas resultaron negativas y el perro, aunque conmocionado, parecía físicamente bien.
Mientras nos preparábamos para llevarlo de regreso a nuestro refugio, la injusticia de su abandono nos pesaba mucho. Este pequeño golden retriever, tan cariñoso a pesar de su terrible experiencia, merecía algo mejor. Cuando se lo presentamos a nuestros otros perros, interactuó con entusiasmo, mostrando resiliencia y voluntad de confiar nuevamente. A pesar del shock y la tristeza iniciales, ver al perro mover la cola tentativamente nos llenó de un rayo de esperanza.
El viaje de regreso fue tranquilo, el perro descansando bajo la seguridad de nuestro cuidado. Su futuro era incierto, pero estábamos decididos a brindarle el amor y el cuidado que merecía. Cuando lo instalamos en un espacio limpio con agua fresca y comida, no pudimos evitar maravillarnos con su espíritu. Este perro, abandonado y abandonado a sufrir, había sobrevivido y ahora estaba en camino a la curación, un testimonio de la resiliencia y el poder de la compasión.